POR: Dr. Juan Antonio Cañumir Veas – Ingeniero agrónomo
Académico Departamento de Agroindustrias, Facultad de Ingeniería Agrícola, Universidad de Concepción. Director del “Programa de transferencia tecnológica para la producción de vino y vinificaciones especiales de variedades disponibles en el Valle del Itata”.
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Cuando celebramos el Día Nacional del Vino, lo hacemos para poner en valor el patrimonio, la historia, el trabajo de miles de personas que dedican su vida a obtener los sabores que entrega la tierra; una realidad que se vive día a día en el Valle del Itata, la cuna del vino chileno, donde perdura una tradición centenaria que hoy está en riesgo de desaparecer.
Antiguas vides de cepas ancestrales pintan el paisaje rural del Itata, cultivos de secano que han resistido catástrofes, plagas y sequías, que han soportado el paso del fuego e, incluso, sobrevivieron al boom forestal. Sin embargo, paulatinamente van sucumbiendo ante los efectos de un mercado tan concentrado como el del vino, que paga precios de pobreza que ni siquiera cubren los costos de producción.
Tras años de diagnósticos, discusiones y algunas ayudas estatales, la desventajosa situación de los productores no ha cambiado mucho. Si bien, los gobiernos han intentado fortalecer al rubro promoviendo la asociatividad y la vinificación, donde destaca el apoyo de Indap a las cooperativas del Itata para la implementación de centros de acopio, estos esfuerzos aún son insuficientes.
En la reciente vendimia, los volúmenes de uva vinífera en Itata se resintieron como consecuencia de los incendios forestales y de las altas temperaturas. Según el SAG, la producción de vino en Ñuble descendió desde los 21,5 millones de litros en 2022, a 13,3 millones este año. Por otro lado, la vinificación con uva de mesa en el país sigue creciendo: en 2023 anotó un alza de 58,5%, desde los 18,3 a los 29,0 millones de litros.
Pero, sin duda, los precios han sido el mayor desastre para los viñateros, quienes tuvieron que decidir entre cosechar a pérdida o dejar las uvas en las parras. Asimismo, para quienes vinifican, el 2023 ha sido uno de los peores años en materia de precios.
Como Universidad de Concepción, tenemos un compromiso con el desarrollo del territorio y no podemos mantenernos indiferentes ante la gradual destrucción de un patrimonio que parece no ser valorado. En ese contexto, estamos ejecutando un programa de transferencia tecnológica en la cooperativa Coovicen, de Quillón, con apoyo del Gobierno Regional de Ñuble, lo que ya ha permitido la adquisición de cubas para aumentar la capacidad de guarda y seguimos avanzando, tanto en el desarrollo de vinificaciones especiales, como en la búsqueda de mercados de mayor valor para el vino granel.
Lamentablemente, no vemos el mismo compromiso de todos los actores locales por responder a las sentidas demandas de los viñateros, entre ellas, la prohibición de vinificar con uva de mesa, aquella fruta que no se exportó y que se vende a precio de descarte, y que constituye una competencia desleal que presiona el mercado a la baja, una práctica inconcebible en los países que respetan al vino y a su gente.
Hoy no existe una protección real de las cepas ancestrales del Valle del Itata, que precisamente concentra el 93% de las parras de Cinsault que hay en Chile, pues nada impide que esta cepa pueda ser plantada por la gran industria, de manera indiscriminada, en cualquier zona del país.
Por ello, hago un llamado a proteger este patrimonio, a poner en valor estas cepas ancestrales y a trabajar para mejorar las condiciones de miles de viñateros que han dedicado sus vidas a esta noble labor, para que podamos alzar nuestra copa y celebrar.