Este 12 de junio se conmemora el Día Mundial del Hígado Graso, hoy reconocido como Enfermedad Hepática Asociada a Disfunción Metabólica (EHADM). Más allá de las siglas técnicas, esta efeméride nos interpela como sociedad: el 30% de los chilenos tiene hígado graso, una cifra que puede llegar hasta el 90% en personas con obesidad. Sin embargo, pocos parecen estar al tanto de la gravedad de esta condición.
El hígado graso no duele, no se nota y, por eso mismo, avanza sin ser detectado hasta que ya es demasiado tarde. Cuando se manifiesta clínicamente, puede estar rozando la cirrosis, el cáncer hepático o incluso la muerte. Es una enfermedad silenciosa, pero no por ello inofensiva.
Como advierte el Dr. Gabriel Mezzano, hepatólogo de la Clínica Universidad de los Andes, una mala alimentación, el sedentarismo, la obesidad, la diabetes y la hipertensión son sus principales aliados. Se trata, en suma, de una patología profundamente ligada a nuestros hábitos y al modelo de vida que llevamos.
La buena noticia es que, en muchos casos, puede prevenirse y controlarse. Con exámenes simples como una ecografía abdominal o un test de sangre, se puede detectar a tiempo. Pero sobre todo, con cambios sostenidos en el estilo de vida: una dieta balanceada, actividad física regular y el manejo oportuno de enfermedades metabólicas.
Este Día Mundial no debe pasar inadvertido. El hígado graso no es una rareza médica, es una amenaza cotidiana que exige más conciencia pública, más educación sanitaria y más compromiso personal. Porque cuidar nuestro hígado, en el fondo, es cuidar la vida.