POR: Roberto Larenas – Faculta de Ingeniería Universidad Andrés Bello
Cada vez que converso con estudiantes o colegas surge la misma inquietud ¿qué va a pasar con los trabajos cuando las máquinas hagan casi todo? Y no es una exageración. Basta ir al supermercado y ya no te atiende una persona, te atiende una pantalla. Lo mismo pasa con bancos, call centers, incluso en áreas donde antes pensábamos que estábamos seguros, como la salud o la educación.
En la industria, es cada vez más claro en fines de líneas ver robots de paletizado o sistemas automáticos donde la mano de obra solo queda en mantenedores y operadores. Desde mi rol como director de carrera lo veo claro, la automatización no va a parar, pero tampoco significa que nos quedemos sin espacio. Al revés, nos obliga a preguntarnos qué cosas son realmente humanas y que ninguna máquina, por muy avanzada que sea, puede reemplazar.
En mi experiencia, ahí entran la reflexión, la creatividad y la intuición. Lo he visto en clases, un estudiante puede encontrar una solución inesperada a un problema del PLC que ningún manual contemplaba. Esa capacidad de improvisar frente a lo desconocido, de probar, arriesgarse y aprender del error, no la tiene un algoritmo.
Hace poco, en una conversación con un colega, coincidíamos en que nuestro rol profesional también está cambiando de nivel. Ya no se trata solo de programar línea a línea o de estar en cada montaje, sino de mirar desde más arriba, como arquitectos de soluciones. Diseñar, integrar y coordinar sistemas complejos de software, hardware y procesos. Esa será nuestra verdadera ventaja, pasar de lo operativo a lo estratégico, de la ejecución a la integración de alto nivel.
También está la empatía. Un robot puede detectar patrones de voz y hasta decir un chiste programado, pero no sabe escuchar de verdad ni entender lo que significa ponerse en el lugar del otro. Eso sigue siendo exclusivamente nuestro.
Y claro, necesitamos entender la tecnología, no para competir contra ella, sino para trabajar con ella. Que un ingeniero sepa usar IA, analizar datos y supervisar sistemas no es un lujo, es lo mínimo para no quedarse atrás.
Si me quedo con una idea, es esta: el futuro no se juega en hacer lo mismo que una máquina, sino en fortalecer lo que nos hace distintos. Y ahí tenemos un desafío enorme como universidades: no solo enseñar a programar o calcular, sino a pensar, a decidir con ética y a crear con propósito.
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