POR: Juan Pablo Catalán, académico e investigador de Educación UNAB
Cada 16 de octubre, Chile celebra el Día del Profesor y Profesora. Se levantan discursos, se entregan flores, se repiten frases sobre vocación y entrega. Pero entre tantas palabras, se nos olvida lo esencial: la pasión por enseñar no basta cuando el reconocimiento es escaso y la dignidad, postergada.

Hoy, en un mundo que enfrenta una crisis global de escasez docente —como lo advierte la UNESCO (2023)—, no podemos seguir romantizando una profesión que ha sido sostenida por el amor, pero también desgastada por la indiferencia del sistema.
Hace solo unos meses, en la Cumbre Docente por el Futuro de la Educación realizada en Santiago y convocada por la UNESCO y el Ministerio de Educación, quedó claro que no basta con formar buenos profesores: hay que sostenerlos, acompañarlos y reconocer su valor social. En este escenario, es momento de volver a mirar el Sistema de Desarrollo Profesional Docente y convertirlo en una auténtica política de Estado, que devuelva dignidad, valoración y justicia a quienes, por décadas, han sostenido en silencio el alma de la educación chilena.
Los profesores no son ángeles ni cayeron del cielo, como canta Laura Pausini. Son personas reales, que aman de verdad su profesión y aún creen en un mundo más sincero, aunque muchas veces no los escuchemos. Porque cuando se descuida a los profesores, también se descuida el aprendizaje, la esperanza y los sueños de los niños y niñas de Chile.
Si el país quiere reconstruir su proyecto educativo, no bastan los homenajes: se necesita voluntad política para cuidarlos, valorarlos y comprometerse con ellos.
¿Cuántos homenajes más necesitaremos antes de comprender que sin profesores cuidados, reconocidos y valorados, no hay futuro posible para Chile? Aun así, cada 16 de octubre, miles de docentes volverán al aula, con la esperanza intacta de que enseñar sigue valiendo la pena.
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