En Chile, incendiar bosques, mieses, pastos o cualquier vegetación protegida por la Ley sobre Recuperación del Bosque Nativo (Ley Nº 20.283) es un delito grave, castigado con penas de presidio mayor, que van desde los 5 años y un día hasta los 20 años de cárcel. Esta normativa refleja la gravedad de un acto que no solo destruye ecosistemas, sino que pone en riesgo vidas humanas, infraestructuras y la salud pública.
Cada año, entre septiembre y abril, se despliegan millonarias campañas preventivas para evitar incendios forestales. Sin embargo, en los meses fríos, el paisaje se cubre de humo por quemas “controladas”, amparadas en una normativa que, aunque regulada por la CONAF desde 1980, muchas veces se desvirtúa por el uso indiscriminado del fuego con fines agrícolas o forestales.
El Decreto Supremo N° 276 permite estas quemas, pero exige aviso previo, inscripción del predio y cumplimiento de estrictas normas de seguridad. A pesar de ello, basta recorrer regiones como Ñuble en invierno para notar que estas quemas, en la práctica, muchas veces distan de ser controladas. El humo persistente no es solo una molestia: es una amenaza silenciosa para la salud de niños, adultos mayores y personas con enfermedades respiratorias o cardiovasculares.
La excusa recurrente de que “es más fácil y barato quemar” ya no es aceptable. Hoy existen alternativas viables, como el uso de máquinas chipeadoras, el compostaje, el vermicompostaje o incluso la generación de biogás y biomasa a partir de residuos agrícolas. Estas soluciones no solo evitan la contaminación, sino que también pueden integrarse en modelos de economía circular y desarrollo sustentable.
Chile no puede seguir aceptando que el fuego sea el método predilecto para el manejo de residuos vegetales. La legislación está, las alternativas existen y la evidencia sobre los daños del humo es clara. Lo que falta es voluntad política, apoyo técnico a los pequeños agricultores y un cambio cultural que entienda que proteger el aire, el suelo y la salud es una responsabilidad de todos.
El fuego, si bien controlado en papel, sigue ardiendo con consecuencias muy reales. Es hora de apagarlo de verdad.